Los amores de Aleida y el Che, nacieron en Santa Clara.
…“Jamás olvidaré que cada calle tiene una pequeña historia, allí derramé lágrimas de emoción cuando llegó la Victoria”...
Estos son parte de los recuerdos de Aleida March de la Torre, su infancia en Santa Clara, al amparo de unos padres maravillosos, con añoranzas de la época en que estudió y formó en sólidos principios su carácter, sus impresiones sobre los principales acontecimientos revolucionarios en los cuales tomó parte.
Aleida ingresa al Movimiento 26 de Julio en 1956 como combatiente de la clandestinidad y por sus actividades es perseguida hasta que se ve obligada a abandonar la ciudad. Esta situación propicia el encuentro entre la joven santaclareña y el legendario Comandante.
A la llegada del Che a Las Villas, Aleida se incorpora a la Columna 8 Ciro Redondo cumpliendo órdenes de sus superiores. Justo era el mes de octubre de 1958. Más adelante por su seriedad en el cumplimiento de las misiones y su inteligencia sería asistente y secretaria personal del Che hasta que el guerrillero parte de Cuba en 1965.
El amor entre Ernesto Che Guevara y Aleida March de la Torre surgió un día en Santa Clara a finales de 1958, en medio del peligro, las privaciones y las tensiones de la guerra. Se casaron en junio de 1959, y fueron como tantas parejas que por entonces debían repartir su tiempo entre las obligaciones impuestas por el deber y su pequeño núcleo familiar, que con el tiempo fue creciendo.
Ocho años de matrimonio y cuatro hijos en común llenaban de alegría los escasos instantes en que el Che y Aleida compartían tras largas jornadas de trabajo, viajes, discursos, reuniones… Se vieron, por última vez en octubre de 1966.
El último encuentro de Ernesto Che Guevara con Aleida y sus hijos, tuvo lugar en una casa de seguridad en La Habana antes de partir hacia Bolivia. Cuenta Aleida que el Che estaba "transformado ya en el viejo Ramón", calvo y con unas gruesas gafas y aparentaba tener unos 60 años o tal vez más.
Quería despedirse de sus hijos. "Cuando llegaron los niños, les presenté a un uruguayo muy amigo de su papá que quería conocerlos. (...) Tanto para el Che como para mi cuenta Aleida, fue un momento muy difícil, en particular para él en extremo doloroso, porque estar tan cerca de ellos y no podérselo decir, ni tratarlos como deseaba, lo ponía ante una de las pruebas más duras por las que había tenido que pasar".
De esa casa, el Che salió hacia el aeropuerto. Aleida no lo vio nunca más, pero poco después de su partida recibió un poema que dejó escrito para ella:
"Adiós, mi única, no tiembles ante el hambre de los lobos / ni en el frío estepario de la ausencia / del lado del corazón te llevo / y juntos seguiremos hasta que la ruta se esfume"
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